La cadena alimentaria está conectada, unos eslabones dependen de otros. El productor debe ver a la industria como su aliado, y la industria al productor como su recurso. La distribución es la responsable de hacer llegar los productos al consumidor, de manera que éste disponga de toda la información necesaria a la hora de elegir un producto u otro.
Huyendo de comparaciones simplistas que sólo refieren el margen bruto de la distribución restando al P.V.P. el precio de venta en origen, la industria agroalimentaria y la distribución deben saber transmitir el valor añadido que generan a lo largo de la cadena y su repercusión en el margen de cada uno, de manera que éste sea proporcional a los aportaciones y riesgos de cada uno en la misma.
La ley de la cadena alimentaria incorporó en su última modificación la prohibición de la venta a pérdidas, es decir al agricultor o al ganadero no se le puede comprar por debajo de sus costes de producción. Parece lógico que el productor pueda cobrar por sus producciones al menos lo que le cuestan, pero en la práctica y en el contexto de una economía de libre mercado el precio de un producto no es lo que cuesta producirlo más un margen, sino el resultado de una ecuación simple entre la oferta y la demanda.
No obstante, el sector agrícola y ganadero es un sector estratégico por varias razones; una de ellas es que no hay mayor soberanía que la independencia en el suministro alimentario, otra porque son nuestros agricultores y ganaderos los garantes de la supervivencia del medio rural y el entorno natural sobre el que se asientan.
La relevancia del sector no debe traducirse en medidas públicas intervencionistas sino en fomentar una cadena alimentaria competitiva, a través del aumento de la productividad, las relaciones estables y comprometidas entre los distintos operadores, la información y la transparencia de la misma.
La competitividad de la cadena alimentaria debe ir ligada a la profesionalización del sector y a la innovación, y sobre todo a la necesidad de compromisos comerciales estables que disminuyan la precariedad del sector agropecuario y garanticen el suministro de los eslabones posteriores.
El sector primario necesita formación e información para poder adecuar su oferta a las necesidades del mercado, necesita innovación y tecnología para ser más competitivo.
Por su parte la industria, partiendo de una posición más fuerte en la cadena puede rebajar sus márgenes aumentando su productividad a través de la búsqueda de nuevos productos, procesos y tecnologías.
La gran distribución debe hacer un esfuerzo y comprometerse con el campo de Castilla y León, incorporando las preocupaciones, necesidades, sensibilidades y expectativas tanto de los productores de la comunidad, como de la industria agroalimentaria.
Sólo con el compromiso de todos los eslabones por una cadena alimentaria competitiva se logrará el ansiado equilibrio.
Artículo escrito por Sara Blanco García, del Cuerpo de Ingenieros Técnicos Agrícolas de la JCYL.